Desnudo Sorprendido

Desnudo sorprendido

Hay fotógrafos que desnudan multitudes con un concepto muy preparado de montaje escenográfico. Otros desnudan a sus modelos en el estudio o en escenarios naturales que resaltan sus cualidades estéticas. Otros, previo pago de sus honorarios, contratan prostitutas o chaperos para realizar fotografías en sus lugares de trabajo o en sus domicilios.

Polibio Díaz (Barahona, Rep. Dominicana), en cambio, trabaja en la calle sin ninguna idea previa y sin conocer cuál va a ser su modelo. El factor suerte y el ojo especialmente educado del fotógrafo se unen para conseguir su objetivo. Para su sorpresa, a cualquier hora del día, el viandante elegido se ve acosado “amablemente” por el fotógrafo en la calle. Este, en un proceso, en ocasiones difícil, de poder hipnótico, consigue que el modelo se desnude, sorprendido de que su cuerpo pueda tener interés para alguien más, porque el dominicano, al contrario que el brasileño o el cubano, no tiene un concepto formado de su propia belleza, debido, quizás, a que sus cánones no están en su raza. Hay, sin embargo, un riesgo natural en ese acoso al modelo. En muchas ocasiones este podría sospechar otras actitudes del fotógrafo, diferentes a las puramente estéticas, lo que en ocasiones ha producido conatos de agresión al artista que han puesto en peligro su vida misma. Esa tensión entre el morbo, la posible agresión, la excitación del momento, y el no conocer cuál será el resultado final de la relación entre el modelo y el fotógrafo, hace que Díaz aumente la intensidad de sus fotos. Intensidad que es fácilmente apreciada por el espectador, que nota, además del resultado final, la angustia y la tensión del proceso.

La textura del cuerpo contrasta vivamente con unos fondos que cuentan historias y que no son simples acompañamientos de la figura, y que, más bien, potencian la morbosidad de la foto al no ser marcos con una atmósfera precisa tan sólo para lo erótico, sino, todo lo contrario, los espacios inhóspitos de una intimidad que el desnudo requiere.

El modelo inconsciente provoca en el espectador una sensación ambigua de deseo, en la que la sexualidad natural que desprende nos atrae sin remedio, tanto a mujeres como a hombres. La fascinación por el modelo se produce en nosotros, espontáneamente, al verlo, así él no pretenda en ningún momento un juego de seducción; no nos conoce ni valora especialmente su cuerpo. No es una mujer que sube ligeramente su falda o deja entrever sus senos, o un hombre que descubre su anatomía, intentando provocar; somos nosotros quienes al ver al modelo nos imaginamos un mundo de fantasías que está muy lejos de sus pretensiones, y eso puede que sea lo que más nos excita al contemplarlo. Y es que los modelos de Díaz transmiten una inusitada energía, mezclada con grandes dosis de inocencia e ingenuidad.

Hay que considerar también la diferencia que hay entre el desnudo que es y el que nosotros vemos, siempre tamizado, relacionado con otras imágenes, sensaciones o recuerdos que son propios de cada espectador. Estos desnudos, por el componente erótico que tienen, nos llevan directamente al pozo de nuestros deseos, y no producen una respuesta más o menos homogénea entre quienes lo ven como si se tratase de un paisaje, un objeto o una acción narrada. El desnudo, por su propia naturaleza íntima, nos provoca también una reacción íntima.

El desnudo, en general, es una trasgresión al protocolo del pudor y, por lo tanto, produce una pérdida de misterio. En estas fotografías el pudor existe, pero no hay pérdida de misterio; todo lo contrario, no todos se dejan desnudar por la cámara poseída de Polibio Díaz, a veces tapan sus genitales con las manos, con una camiseta, con el pantaloncillo. También, por la inmediatez del hecho, muchos de los desnudos son desnudos en rápido proceso, porque se dan en la calle, en lugares públicos y el desnudo sólo existe los segundos que dura la toma de las fotos. Casi podrían llamarse fotos de desnudos periodísticos, porque en muchas ocasiones el proceso de creación es el mismo, aunque el ojo sea otro. El ojo de Polibio Díaz es el de un maestro que capta el misterio y el morbo en unos desnudos destinados a perder a su autor en la fugacidad de la acción, pero no al espectador, que, afortunadamente, tiene la imagen para siempre: mirar es poseer.

Los desnudos de Díaz están muy lejos de ser “desnudos alegóricos”. La fragmentación del cuerpo, cuando este proceso se produce, no lleva a una descontextualización del mismo; está muy lejos de utilizar el cuerpo humano como geometría viva. La casualidad, la inmediatez y la no-pose del modelo le impiden, por fortuna, crear simbologías y relaciones extremas al desnudo en sí.

Polibio Díaz trabaja con la libertad exclusiva de los grandes creadores. Si el cubano René Peña escudriña el mundo de la noche y sus personajes, el dominio de lo prohibido, el sexo, el misterio, Polibio saca todo eso a la luz cegadora del día desde otro punto de vista, poniendo, a partir del desnudo, a personajes cotidianos en el límite de una transgresión que por la noche sería más admisible que por el día. No existe ninguna relación entre Polibio Díaz y el artista cubano, porque además éste utiliza su propio cuerpo como modelo, además con una simbología que mezcla santería con parodias culturales, casi siempre en blanco y negro. Polibio Díaz, ajeno a ese mundo, no pretende forzar la imagen fotográfica con significados. La historia, si la hay, se produce entre el modelo y el espectador. La maestría en el uso de la luz, siempre natural, del impactante y personalísimo uso del color, del original encuadre, de la composición, unidas a la sinceridad, fuerza y compromiso con la realidad dominicana, hacen de la fotografía de Polibio Díaz un raro ejemplo de arte caribeño en el que identidad y contemporaneidad se presentan de manera natural, como el desnudo sorprendido de sus modelos, sin concesiones ni a los “modelos” ni a lo “étnico”.

POR EL DR.Ricardo Ramón Jarne